La marca de Sekhmet by Isabel Giustiniani

La marca de Sekhmet by Isabel Giustiniani

autor:Isabel Giustiniani [Giustiniani, Isabel]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2017-11-15T00:00:00+00:00


Sucedió una mañana, mientras terminaba de vendar la quemadura de un artesano que trabajaba en un horno.

En la plaza de la Casa irrumpió, gritando, una joven pareja. El hombre, invocando la ayuda de Selkis, sosteniendo en sus brazos a un niño, mientras la mujer lo seguía corriendo, llorando conmocionada.

Junto con otros sacerdotes, corrí hacia ellos y observé que al niño le costaba mucho respirar.

—¿Qué ha pasado? —preguntó el responsable sau de aquel día.

—Yo estaba en el laboratorio, trabajando —exclamó el hombre, mirando furioso hacia la chica—. ¡Mi esposa estaba en el corral con él, y le ha dejado solo!

—Fue solo un momento —intentó justificarse la joven, entre lágrimas—. Todo lo que hice fue dejar dentro de casa el cubo con el agua que había extraído del pozo. Salí enseguida, lo prometo, y encontré al niño tosiendo, sin poder respirar. ¡Por favor, ayudadlo!

—Todos saben que los espíritus malignos solo esperan un pequeño descuido para meterse dentro de nosotros y hacernos daño —comentó el sau— pero invocaré a Selkis para que libere al metu de vuestro hijo.

Sabía que uno de los nombres de la diosa escorpión era «la que facilita la respiración de la garganta», aun así, quería investigar lo que había pasado. Mientras el sau trazaba un círculo a su alrededor con el bastón sagrado, hablé a la madre del pequeño.

—¿Qué estaba haciendo el niño cuando entraste en casa? —pregunté, tocándole el brazo con la mano.

Ella me miró maravillada, los ojos llenos de lágrimas, y empezó a lloriquear:

—Solo lo dejé un momento. Os lo prometo. Ayudadle, en nombre de los dioses.

—Te creo, pero ahora dime cómo estaba el niño: ¿ya estaba enfermo? —insistió, mirando hacia el pequeño cuerpo que estaban colocando en el centro del círculo. El pequeño intentaba respirar, se estremecía en busca de aire, pero no lo conseguía.

La madre gimió, mirándolo, pero le apreté el brazo y la obligué a contestarme.

—No, estaba perfectamente. En realidad, estaba contento: jugaba con sus animalitos de arcilla nuevos, los que le ha hecho su padre —fue capaz de responder, dejándose llevar después por un llanto desesperado.

La voz del sau se elevó poderosa y modulada para invocar a la diosa, patrona de las picaduras, pidiéndole que liberara el metu de la respiración de los espíritus malignos.

Mi mente trabajaba febrilmente, mientras los labios del niño se teñían de un color morado. Si el niño estaba jugando con pequeños objetos de arcilla, tal vez se hubiera metido algo en la boca. Sin pensármelo demasiado, crucé la línea del círculo y me arrodillé ante el pequeño cuerpo exánime. El canto del sacerdote se detuvo bruscamente chillando la última nota, mientras una vocecita horrorizada se elevó a su alrededor.

Sin prestarles atención, me froté la mano en la falda y abrí la boca del pequeño, metiéndole dos dedos en la garganta.

Y lo sentí.

En el fondo, apenas podía rozarlo con las yemas de los dedos, un pequeño objeto puntiagudo obstruía el metu.

—¡Hay algo! —grité, por encima de las voces que, después de una breve confusión, habían empezado a maldecirme—. Un objeto bloquea su respiración: ¡hay que quitarlo o morirá!

Giré rápidamente al niño.



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